Sería bonito acostarse cada noche sabiendo que la luna va a tejer un manto de estrellas para nosotros. Uno especial, único, indestructible, mágico. Una manta que alejara los problemas, que nos dejara soñar como cuando éramos niños, que nos evitara las pesadillas y nos cobijara ante nuestros peores miedos. Bajo esa colcha de amor podríamos dormir sin pensar en el mañana, en el hoy y en ese ayer confuso que, a veces, cuando menos lo esperamos, se presenta de madrugada y nos atenaza la respiración.
Los miedos, de niña, me llegaron de repente. No sé por qué, me han contado mil razones pero ninguna me convence del todo. Sólo recuerdo que un día concreto, al acostarme, no podía dormirme, cuando cerraba los ojos mil pesadillas me recorrían por completo. En el armario había sombras, en el salón se escuchaban ruidos, la terraza era un almacén del terror y, cuando ya no podía aguantar más el miedo, salía corriendo y me escondía en la cama de mis padres. Así estuve años y años hasta que mi niña chica comenzó con sus estados de sonambulismo extraños y ... lo demás dejó de tener importancia. Creo que me daban más miedo sus fantasmas que los mios y por eso superé mis pesadillas.
Después, con el paso del tiempo, he tenido momentos y momentos. He sido insomne total, he paseado de madrugada por las calles buscando el cansancio, he tecleado y tecleado sin parar, pasando de noctámbulo a madrugador sin importarme los horarios, hasta que, junto a mi plural, hallé la tranquilidad. Una paz siempre relativa, de cuando en cuando todavía me asaltan fantasmas que no puedo explicar pero que son tan reales que pueden provocar el pánico ajeno, aunque sólo sea por observar los efectos que tienen en mi persona.
Ahora, hay días, hay momentos en los que, estando despierta, creo estar rodeada de fantasmas. Es la única explicación que le encuentro a tanta tozudez, a tanta incoherencia, a tanta fantasía lúdico festiva como la que tengo el lujo de vivenciar(*) estas últimas semanas. ¿Será el calor? ¿La crisis? ¿La edad? .... Como cuando era pequeña, soy incapaz de encontrar una razón a tanto exceso y las explicaciones que oigo no me sirven. Sólo espero no tener que ser testigo de algo más irreal todavía, algo que aún me provoque más miedo, para superarlo.
(*) Tal palabro no existe, lo sé. Pero he tenido que inventarlo porque no hay ninguno capaz de expresar esa sensación de vivir circunstancias irreales que se supone que no deben afectarte porque no estás incluida pero que te agarrotan la existencia.