Como todos hemos sido niños no será necesario que empiece por el principio. Porque siempre hay un inicio para todo, aunque, a veces, como sucede en este caso, nos lo podemos pasar y entrar de lleno en el siguiente capítulo. Ese en el que ya somos grandes, adultos, maduros y, se supone, conscientes de nuestras actuaciones.
Hablemos de un niño, bueno, de un chaval que, por edad, se encontraría en plena adolescencia pero, por su situación especial, es y seguirá siendo mientras viva una criatura. Digamos que se llama Lluis, nos facilitará el relato utilizar este nombre ficticio, y aclaremos que casi no puede hablar, hace gestos raros y ... le encanta que le acaricien. Si eres afortunado, alguna vez, muy raramente, te dará un abrazo, pero, eso, sólo si tienes mucha suerte. Por lo general se limita a acercarse, rozarte y esperar a que le mimes durante todo el tiempo que sea posible. Lluis tiene unos padres que le cuidan y educan y una hermana más pequeña que, a estas alturas, ya es mucho más mayor que él, mucho menos extrovertida y, por qué no añadir el detalle, realmente preciosa. Lluis es un niño feliz, sus padres suelen llevarle siempre a lugares conocidos, sitios en los que son habituales y el entorno les entiende y respeta. Pero ...
De cuando en cuando, hay extraños. Y hay veces que esos extraños tienen a su vera extrañitos, seres chiquitos, niños juguetones que están aprendiéndolo todo y que miran a su alrededor queriendo saber los por qués de todas las cosas. Una criatura como Lluis es un foco de atención increíble cuando de seres pequeños estamos hablando. Es tan distinto que resulta imposible no observarle. La situación no suele pasar a mayores porque, claro está, los responsables de los chiquillos suelen actuar enseguida y reprimen a sus criaturas, explicándoles, de manera que puedan entenderlo, que Lluis está malito, que es diferente, que no deben mirarle fijamente porque le harían sentir incómodo. No obstante ....
Existen responsables a los que deberían quitarles el carné de padres. Por no saber estar, por no fijarse en sus pequeños, por no molestarse en mirar un poco más allá de su plato, por permitir que diez chiquillos señalen, se rían y se queden plantados ante alguien como Lluis, igual que si estuvieran en el circo. No es que a Lluis le importe, él pasa de esas cosas, pero junto a él está siempre su preciosa hermana, que sí escucha, ve, siente y padece, y, como no, sus padres, que, finalmente, optan por irse mientras acarician las cabezas de sus dos pequeños.
Y, ahora, sí puedo volver al principio. A esa edad en la que no todos hemos sido objeto de burlas por ser el patito feo de la clase pero sí hemos sido espectadores de cómo el resto increpaba a aquellos que habían tenido la desgracia de ser diferentes, más altos, más bajos, más gordos o más delgados. Y, si volvemos a aquella época, recordaremos fácilmente lo que dolía, lo duro que era, lo mal que lo pasábamos en esa situación. Es tan fácil cambiar esa dinámica que resulta odioso darse cuenta de que, pese a los años transcurridos, los humanos no evolucionamos nada. Es una simple cuestión de educación, el niño aprende lo que le enseñan, si le explican las diferencias las acepta sin más, igual que aprende a leer, a escribir, a saber que todo en la vida no es jugar. Educación .... simple educación. Pero, claro, para eso hay que tener ganas, hay que esforzarse y ... sonará duro, pero, estoy convencida de que es la realidad: hay que tener humanidad, en el verdadero sentido que tal palabra tiene.
El patito feo que fui y el recuerdo de cada herida aún en proceso de cicatrización no me han permitido dejar de vomitar estas palabras .... Espero que me lo perdonéis.