Cada año que pasa, un día como hoy, tengo más la sensación de que estoy donde no debo estar. Me consuela saber que no estoy sin estar, que no es poco, pero a ciertas edades, empieza a pesar demasiado la duda permanente.
Puede que por ser la primera vez en más de veintiún años que un día como hoy no trabajo me haya dado permiso para que los recuerdos llamen a mi puerta. Los buenos recuerdos, nada más, el masoquismo lo dejé de lado hace tiempo. Este día, que hace décadas que no celebro, han llegado de pronto esas voces que antes escuchaba a diario para humedecerme la piel. He recordado las risas, las bromas, las palabras amables, la locura de esos instantes en los que nada parecía salir bien y, al final, todo terminaba como siempre, otro año más.
Han aparecido rostros, imágenes, sensaciones que ni sabía que estaban por ahí enterradas y ..... me ha gustado su presencia. Visto desde el hoy, esa parcela del ayer no está tan mal. La atea impertinente supo capear el temporal sin que se notara en exceso y sin que los demás sintieran que tenían que tener cuidado con ella.
No sé lo que los demás vivís estos días, qué celebráis, a quien queréis tener cerca, qué es lo que os sangra por dentro y qué esperáis encontrar en el mañana. No soy capaz de ponerme en vuestra cabeza ni mucho menos en vuestra piel, pero, sea eso lo que sea, espero que lo disfrutéis ampliamente. Es lo mismo que deseaba, antaño, a aquellos con los que me rodeaba. Sencillamente os deseo que viváis aquello que deseáis vivir.
Ya, ya sé, esta no es una felicitación al uso, pero .... ¿Acaso alguien la esperaba?