Está allí sentada, entre el bullicio. Una más. No hay nada especial que llame la atención en su actitud, ni demasiado alta, ni extremadamente delgada, su vestimenta es tan normal que se camufla a la perfección entre la de aquellos que la rodean. Mira sin ver, como los demás, y ocupa un espacio tan diminuto que el resto no debe esforzarse para no rozarla al pasar.
Si a cualquiera de las personas que han circulado a su lado le preguntaran, unas horas después, si podían reconocerla, tendrían que ofrecer, por fuerza, una respuesta negativa. Nadie sería capaz de ofrecer dato alguno sobre ella, por mucha que fuera la insistencia al preguntar.
Todo eso pensaba mientras se mantenía allí sentada. ¿Tan chiquita soy? ¿Tan sin sustancia? ¿Tan poco especial? ¿Tan ..... nada?. Llevaba años con el mismo monólogo interno. Día si y día también, sin poder evitarlo, ocupaba las horas con ese razonamiento absurdo. Y, sin percatarse, poco a poco se iba desdibujando de verdad, su cuerpo se hacía cada vez más pequeño y su luz, ese brillo especial que todos poseemos, se iba perdiendo ....
Unos metros más allá, sentado sin ser visto, estaba él. Anodino, gris, absorto. Sin nada que llamara la atención, tan común como el resto de aquellos entre los que se encontraba. Su mirada parecía extraviada, y, sin embargo, se centraba en un solo punto. En una sola presencia. En un solo ser. En ella, a la que observaba detenidamente, sin perderse un detalle. Seguía su rastro desde que un día tropezaron por casualidad y se dió cuenta de que ella ni había sentido el roce. Cada día la esperaba en el mismo lugar, a la misma hora, con la angustia mordiéndole la garganta al pensar que, tal vez hoy, no aparecería. Y, ese día, como el anterior, y el anterior, y, el otro, volvió a decirse la misma frase: Si yo no fuera tan gris, si fuera mas alto, mas moreno, mas interesante ..... Si me atreviera, si me acercara hasta ella ....