16 sept 2011

De puntillas para no despertar a nadie



(...) Com t'ho podria dir
perquè em fos senzill, i et fos veritat (...)


Lluis Llach seguro que sabría, pero, qué le vamos a hacer, os vais a tener que conformar conmigo y mis hormiguitas negras.


Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me paseé por aquí, mucho tiempo. Imagino que ya casi ninguno de los que teníais este rincón como lugar para repostar seguiréis atentos a mis cuitas, lo entiendo (a tí te dejo al margen, ya tú y yo sabemos). Pero, por si los acasos, por si alguien persiste, por si aparece alguien nuevo que cae en la tela de araña y decide quedarse a leer un poco, aquí dejo la explicación a tanto silencio.

En mi proyecto vital no aparecía escrito con mayúsculas eso de plantar un árbol ni, tampoco, aquello de escribir un libro, pero, lo de tener un hijo, por contra, aparecía en todas las páginas rotulado a sangre viva. Me puse a ello tarde (algún día deberíamos charlar sobre el tema de la maternidad y las complicaciones laborales y las necesidades vitales y el querer hacerlo todo y ... bueno, y esas cosillas), y, aunque probé todo lo probable e intenté todo lo que se podía intentar, la vida dijo no, y, basta. Mi plural y yo decidimos un día cualquiera de un año que ya no recuerdo que esa página no la íbamos a escribir y que tendríamos que conformarnos con el papel de tíos.

Superado el duelo y aceptado lo inevitable, una mañana cualquiera, cuando ya nos habíamos olvidado de cualquier posibilidad y vivíamos inmersos en nuestra pluralidad a secas, oímos hablar de algo a lo que no habíamos prestado atención nunca: el acogimiento familiar. Empezamos a indagar, nos informamos bien, nos planteamos todas las posibilidades (las reales y las imaginadas) y, una vez más, nos embarcamos en un viaje de futuro incierto, sabedores que el cansancio era mucho, la travesía amenazaba ser larga y el destino era un total desconocido. Mucho tiempo después, tras entrevistas, reuniones, cursos y mil papeleos, después de una llamada telefónica todo se disparó de repente y, apenas un par de semanas después llegó Elniño (te he plagiado la idea, siempre dije que era muy buena). Y, desde entonces, en nuestra vida plural sólo ha existido tiempo para él, han sido unas largas vacaciones en las que hemos aprendido a conocernos, a querernos, a respetarnos y a convivir.

Hoy Elniño está en la escuela infantil, inaugurando este nuevo curso que para él es tan distinto a los anteriores, mi plural está con las labores propias de su sexo y, ésta que teclea, incapaz de aguantar mucho más sin estar pendiente de esa sonrisa contagiosa, ha decidido dejar por aquí estas hormiguitas, para aquellos que estaban intrigados por tanta ausencia. Con mucho, estoy en mi mejor momento. Con mucho, mucho, estoy en mi época más feliz. Con sobremucho, aseguro que no paro de sonreír, incluso cuando estoy agotada, cuando no sé qué le pasa, cuando no quiere comer, cuando me dice mala porque le obligo a hacer algo que a él no le apetece en ese momento. Dicen quienes me conocen que me ha cambiado la cara, doy fe de que es cierto.

Sigo en paro, no tengo nada a la vista, el mundo se está rompiendo a trocitos, las personas me van defraudando por momentos, los cursos para parados son un asco, los posgrados a distancia deberían estar prohibidos por ley, la Sociedad Pública de Alquiler no deja de darme alegrías ......... Vamos, que todo lo que estaba sigue estando y lo sigo viviendo de la misma manera, pero .....

Pero tengo un bichejo en casa correteando, jugando, sonriendo, aprendiendo, y, eso, eso, lo cambia todo. Y, llegado a este punto tengo que decir que .... eso es todo lo que puedo contar. Cada día, a partir de hoy, se irá escribiendo por sí sólo.


(Si alguien se extraña de los indeterminados aclararé que son imprescindibles: Elniño se merece todo el anonimato. A lo largo de su corta vida ya ha sido visto, analizado, estudiado y modificado de medio demasiado. El tiempo que compartamos juntos -largo, seguro- gozará de eso que han disfrutado los demás: ser un niño normal  con derecho a su intimidad.)